La sociedad está cambiando a pasos agigantados y con ella
los modelos empresariales. Las empresas del siglo XXI no pueden ser gestionadas
de la misma forma que en siglos anteriores.
Ya nadie duda, o debería dudar, que el valor diferencial de
las nuevas organizaciones está en el Capital Humano. Los antiguos modelos con
un jefe que piensa y trabajadores que ejecutan las tareas ha quedado obsoleto.
Para ser competitivos frente a los cambios sociales es necesario aprovechar el
enorme conocimiento y potencial que tienen todos los miembros de la organización.
Para que estas personas sean capaces de aportar valor real a
la organización, más allá de la mera ejecución de tareas, es necesario dotarles
de un propósito, transferirles responsabilidades claras y bien definidas, y
establecer un trabajo basado en objetivos dentro de estructuras organizativas
horizontales. Los jefes desaparecen y aparece la figura de Líder (con
mayúsculas); cambian los modelos de comunicación interna potenciando la
transparencia; desaparecen los departamentos aislados y aparecen los centros de
excelencia, las comunidades de práctica y el aprendizaje organizacional.
En definitiva, si queremos ser competitivos tenemos que
cambiar la forma de pensar de los mandos y directivos, desaprender y aprender
nuevos métodos de gestión donde prima el compromiso, la delegación y el trabajo
en equipo.